15.2.06

El derecho gatuno


Todo niño tiene derecho a vivir con un gato, en casa o departamento, da lo mismo.
Siempre tuvimos uno, entre conejos, erizos de tierra, pájaros y ratones.
A mis cinco años llegó el primero de nuestra larga lista felina: Sefirín.
Recuerdo mis manos siempre con arañazos, no me importaban si se trataba de jugar con el gato.
Luego vino el Buraco, en honor al juego de cartas brasileiro, que vivió unos meses solamente, seguido de la Pantera, negra, indomable, y poco dada a los afectos. Para calmar sus celos escandalosos y asegurar nuestra permanencia en el edificio, le llevamos al Fan, un gato guatón como Garfield, huésped del casino de mi colegio, que ronroneaba apenas lo tocábamos y que engullía lo que se le pusiera en el plato. Cuando vio a la Pantera entró en un pánico feroz, intentando trepar por las paredes, llorando por noches enteras. Nunca se entendieron, y después de un año, comprendimos que el destino de la Pantera era más misántropo que comunitario.
La dejamos en un bosque y devolvimos al Fan al casino y a sus platazos de tallarines.
Al poco tiempo llegó la Katia, regalo de la enamorada rusa de tu tío Toché. De ahí su nombre. La Katia fue destetada antes de tiempo, por lo que necesitaba siempre acurrucarse junto a un chaleco de lana, y chuparlo como si fuera una teta.
Se quedó con nosotros hasta que volvimos a Chile.
Se quedó con Mejdjouda.
No quise volver a tener más gatos acá.
Pasamos 5 años sin reincidir. Hasta que un día, como la mayoría de las veces, mi papá llegó a casa con una gatita. Le pusimos Yuma, por su lado salvaje y arisco, y para rematar el asunto, al año llegó la Sefa a acompañarla.
Hace diez años murió la Yuma.
Hace un año murió la Sefa.
Los gatos dejan los sillones y alfombras llenos de pelos y meados.
A veces rechazan tus juegos estúpidos y parecieran juzgarte inquisitoriamente con miradas gélidas, forzándote a una retirada humillante cuando quieren estar solos.
El iris de sus ojos varía según su ánimo y luz del día, desde el fino hilo hasta el gran cículo negro que les permite mirar de noche y cazar. Son divertidos y tontos graves.
Son bellos. Son intuitivos y saben acercarse cuando todo va mal.
Son compañeros de lecturas, de tardes de tele, miran contigo por la ventana.
Hay mucho de gatuno en tí Irene, en tu silencio prolongado y sigiloso juego. En tu fobia al agua, y la curiosidad por saber cómo meterte en una caja de cartón.
Te veo sentada en la terraza, mirando por la ventana, con un gato en tus brazos.
Se viene tu cumpleaños, debo convencer a tu padre.


No hay comentarios.: