23.9.05

Viernes 12 AM

Me había prometido no dejar pasar tanto tiempo sin escribirte, y nuevamente la falta de rigor me traiciona.
Me envalentonan el vaso de cerveza y la noche de viernes sin hacer mucho. Tu papá está en el living, confeccionando la carta astral de Belén, la hija de un amigo que acaba de nacer. Me maravilla su pasión, la seriedad y concentración invertidas en ese oficio al que ha dedicado tanto tiempo. Me maravilla esa humildad sincera cuando reconoce que sabe tan poco de astrología, y vuelve una y otra vez a consultar sus libros, con esa científica obsesión que tu madre carece.
Tú duermes, chiquita. Alegre, sana, inteligente y silenciosa. Amante de los animales y del canto. Te gusta sentarte sobre mis rodillas y escuchar música en unos enormes audífonos. Abres los ojos, y con detención, te concentras en la audición, emitiendo de vez en cuando alguna sílaba acorde a las letras de tus canciones favoritas. Y cuando termina un tema, me miras ansiosa y pides "más". Podrías pasar un día completo así, pidiendo más y más.
A veces, te resulta difícil salir al mundo. Te asustan los cambios y las caras nuevas, los sobresaltos. Tú papá, sabiamente sabe cómo llevar tus temores. Yo busco no desesperar en el intento de demostrarte que es mejor confiar de más,que ese riesgo nos hace mejores personas y más felices. Cuesta, hija mía, ponernos de acuerdo tú y yo. Cuesta, pero es bueno saber que a tus 18 meses, somos diferentes y aprendemos a comprendernos.

Argelia






Hace una semana, caminábamos con tu prima Amparo, de 5 años. Y me dice: "Cuéntame de cuando mi papá y tú vivían en ese otro país, ALgeRia" Así fue cómo, por primera vez, le contaba mi historia a un niño. Y seguramente la vas a escuchar más de una vez. La palabra "Argelia" va a entrar por algún motivo en tu universo léxico. Tarde o temprano. Nací, como tus tíos, en Chile. A los 18 meses, en 1974, nos fuimos a vivir a Argelia. Mi papá ya estaba allá hacía unos meses, preparando nuestra llegada, nuestra larga estadía en el exilio. Mi paraíso perdido. Vivimos allá durante 12 años. En Argelia aprendí a caminar, me operaron de una displasia severa. Aprendí a hablar en español y francés. Tuve una gran abuela, argelina, kabilia. Mi Megdouda. Nos cuidó desde que llegamos, a las Reinero -dos hermanas chilenas- y a nosotros tres, los García. Se hizo cargo de mi hermano Toché cuando debieron hospitalizarme. Aprendió a hablar el precario francés de mis padres. Y hasta el último día, nos llamaba "a comel". Mi abuela kabilia, que hablaba frañol. Alegre, hermosa, con su pelo rojo teñido con henne. Huía de la cocina cada vez que llegaba un cargamento de butifarras, jamones, salchichas, inexistentes y prohibidos en Argelia. No tengo ninguna foto suya, pero guardo imágenes que me dan sosiego cada vez que estoy triste. El olor de su pecho, de su vestido. El placer de refugiarme en sus brazos. Su arrullo. Extraño Argelia. Una Argelia que ya no existe, que ha sido devorada por el odio, la brutalidad de la guerra, la ceguera del fundamentalismo. Incluso, sin toda esa sangre vertida, Argelia habría mutado. Y extraño no haber estado en ese proceso. Vivo el exilio de los retornados, la fantasía del país de Nunca Jamás. Espero volver. Contigo.